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Ayer me fui a Irlanda sin moverme de aquí. Me explico. Tengo un buen amigo misionero allí, es de una congregación y el buen sacerdote, pasa momentos difíciles en la evangelización de su pueblo. Me pidió ayuda. Como clarisa, mi mejor ayuda, además de mi apoyo incondicional, es estar de otra forma, también incondicional, siendo su apoyo desde mi querido conventito. Ayer oré mucho por mi amigo, mi corazón viajó junto a él, hasta allí. Hoy por la mañana le escribí unas letras: “Mira, no te sientas solo, además de toda la corte celestial, tienes a esta monjita que pide por ti, que te acompaña yendo desde mi clausura hasta tu encuentro. No todo es físico, no hacen faltas grandes desplazamientos para tener alas y yo con Jesús vuelo libre, te visito”.

Ser misionera, no es solo recorrer grandes distancias con el mensaje de Jesús. Es eso en parte, pero si resumiéramos en esto el “ser misionero” creo que lo reduciríamos a un estamento o condición física, porque es esto, la que parece que delimita o conceptualiza la labor.

El misionero anuncia y puede anunciar a Dios de mil maneras. También el propio testimonio de vida se vuelve Evangelio vivo e interpela las almas.

El porqué de nuestra elección es sin duda una imagen evangélica de renuncia, del que encontrando todo en Jesús, sin mirar atrás, deja lo que tiene y le sigue. ¿Qué fuerza tan grande les impulsa? ¿Qué ideal tan noble les sustenta? ¿Qué le trasciende como para renunciar incluso a si mismo?

Otra forma, la más libre de alcanzar almas, es a través de la entrega silenciosa de cada día, tan propio de nuestra vida. En esa entrega, en el centro del corazón, Dios abre espacios para situaciones y personas que antes no existían.

Creyendo que todo se resume a lo físico, local, lo palpable, olvidamos las fuerza y el poder de la oración. Sobran ejemplos en la Biblia, en la vida de los santos. Casi todos ganaron de rodillas sus mejores batallas espirituales, las más encarnizadas…

Cuando entras a un monasterio, tu campo de trabajo no se puede geolocalizar. Desde el minuto uno, eres madre y hermana de todos los hombres y mujeres. Ninguno se escapa a tu empatía, todos son hijos de Dios, todos necesitados de apoyo para seguir ese duro camino que es la vida.

Por eso, a través de la oración alcanzamos cada rincón, ponemos cara a millones de personas desde la fe, alentamos su sendero, avivamos su fe…no por nuestros méritos, si no por los méritos del que dijo: Buscad y hallaréis, pedid y se os dará”.

Se madre, misionera, hermana de la humanidad, esa es nuestra misión: ¡llevar almas a Cristo… todo sin movernos, ante Dios y con Él, recorriendo el mundo!