Skip to main content

La primavera estaba acabando, el fuerte calor comenzaba a secar las flores y vegetación que nos regaló meses atrás la estación. Yo estudiaba para los exámenes finales en mi casa, con la ventana abierta, un ventilador encendido y mi perro Pancho en el suelo junto a mis pies descalzos. La puerta de casa se abrió, entraba mi madre y Pancho salió corriendo a recibirla como de costumbre. Pero mi madre no saludó a Pancho como siempre, no puso esa voz tan aguda a la que yo llamo “voz para perros y/o bebés”, solo dijo: déjame pasar Panchito. Me levanté de inmediato de la silla y me asomé a la puerta de mi habitación. -¿Estás bien mamá? -Pregunté mordiendo la parte superior del bolígrafo. Los ojos de mi madre estaban rojos y húmedos, lo que me hizo darle un abrazo.

-¡Ay hija! ¡Qué pena! ¡No te lo vas a creer! -Respondió mordiéndose el labio inferior.

-¡Dime por favor! – Exclamé, en un mar de angustia.

-Un infarto Adele…Cándida…ayer por la noche. -Dijo mientras se hacía un silencio ensordecedor a mi alrededor.

No lo podía creer, no era capaz de reaccionar, mis cuatro abuelos viven aún y jamás había experimentado cosa igual, por primera vez sentía el peso de la ausencia de un ser querido. ¡Ay, mi librera favorita! ¡Mi vecina y amiga!

Nos abrazamos nuevamente, pero esta vez con mucha intensidad mientras que por mi cabeza, pasaban algunos de los momentos vividos con tan entrañable mujer.

Por la tarde era el velatorio, y yo no quería por nada del mundo pasar por ese trance, quería recordar a Cándida viva y sonriente, pero por otro lado me sentía muy culpable si me ausentaba.

Sonó mi teléfono, y en la pantalla aparecía “Monjas Clarisas” como título de la llamada entrante. ¡Qué sensación de tranquilidad me invadió!

  • Hola Madre, Buenas tardes. -Respondí intentando que no se notase la tristeza.
  • Buenas tardes Adele. ¿Qué tal estás? Nos hemos enterado de la trágica noticia de Cándida, y sabiendo que teníais ese vínculo tan cercano, hemos querido trasladarte nuestro apoyo y cariño. ¿Cómo te encuentras? -Dijo la Madre Abadesa con una entonación pausada.
  • Intentando asimilar… me lo acaba de contar mi madre y aún estoy procesando todo. -Dije.
  • Bueno… con tiempo hija. Nosotras pediremos por ti al Señor, para que puedas tomar conciencia que nuestros seres queridos no nos abandonan. La muerte física es muy dolorosa para aquellos que nos quedamos aquí, pero no nos olvidemos que Jesús, se nos presenta como la resurrección y la vida.
  • Contestó la Madre Abadesa.

Al finalizar la conversación me fui a cambiar de ropa, cogí la mochila y me despedí de mi madre con un beso en la mejilla y un: nos vemos más tarde.

Me puse a caminar con mi bicicleta por todo el pueblo sin fijarme absolutamente en nada, pedaleaba con todas mis fuerzas hasta dar con la salida de aquel lugar que me asfixiaba, intentado buscar consuelo entre todo este desconcierto.

El bosque para mí es un oasis donde respirar profundamente, el lugar donde se paran los relojes y encuentro mi espacio. Pero esta vez no necesitaba deleitarme mirando a mi alrededor, disfrutando de sus colores, formas y olores, solo quería pedalear muy fuerte sin rumbo fijo.

Como en la vida, la historia de Adele no iba a estar exenta de momentos amargos, pero incluso en esas situaciones existe un aprendizaje que nos hace ser quienes somos. Descubrir que la vida no se pierde, sino que se transforma, y este será el proceso por el que tendrá que pasar nuestra protagonista. Atreverse no solo a creer en la inmortalidad de las almas, sino a esperar en la resurrección de los cuerpos.