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san Mateo 2, 13-18: “Después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.»

José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.

Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: Desde Egipto llamé a mi hijo.

Al verse engañado por los magos, Herodes se enfureció y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, de acuerdo con la fecha que los magos le habían indicado. Así se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Jeremías: «En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya no existen».

El día de los Santos Inocentes, recordamos y oramos junto a las almas de cientos de niños inocentes que mueren cada día o simplemente no puede nacer. Es algo importante estar en comunión con la Iglesia del Cielo; millones de personas que vivieron nuestra fe, y que hoy están junto a Dios, nos esperan allí. Pero este día en especial, se centra en las almas de los inocentes, que por definición son: libres de culpa.

Además de orar, también celebramos la inocencia. Aquí es donde entra en juego nuestras costumbres monásticas. Algo que se repite año por año con gran entusiasmo de la comunidad. Una de esas costumbres inocentes y antiguas como el reloj del coro, es la del cambio de velo durante este día. Cuentan las mayores que se lo escuchaban a las más ancianas de su tiempo, cómo preparaban durante este día sus teatrillos graciosos para presentar a las hermanas durante las recreaciones.

Parece algo superfluo, y dista un poco de las caricaturas tan serias y solemnes que pintan sobre las monjas aún hoy. Nos divertimos entre nosotras, porque la expansión es importante para el alma, también ayuda a solidificar las relaciones humanas y fraternas entre nosotras.

Sin dejar de tener el corazón en Dios, podemos reírnos y traer a colación cuentos e historias antiguas y nuevas. Siempre hay en las comunidades algunas hermanas que se caracterizan por el gracejo y el arte para contar historias, interpretar personajes o recitar poesías siendo ellas mismas las poetisas. ¡Una maravilla! En nuestro precioso monasterio todo se vive con un color al que llamamos “de acción de gracia”. Significa, que nuestra exigencia principal es amar, y que todo, absolutamente todo lo que vivimos es gracia y puro don. No nos alienta cumplir grandes propósitos, la cuestión está en amar todo con todas nuestras fuerzas. Y como regalo de gracia, también recibimos nuestros talentos y los ponemos al servicio de Dios. Aunque no seamos las mejores actrices, en los teatrillos monásticos se ríe muchísimo; Jesús Niños esta Navidad, habrá reído también.

Algo no se me podía pasar al relatar cómo vivimos el día de los Santos Inocentes, y es que esta costumbre, tan común en algunos monasterios del mundo da nombre a nuestro blog.

Cambio de velo, y es exactamente eso. Durante los Santos Inocentes, las hermanas más jóvenes, en especial las novicias y postulantes se tornan el velo blanco, por el negro de profesas. Las profesas hacen lo mismo, pero a la inversa. Durante ese día, los sitiales en el coro se truecan, dejando una maravillosa estampa navideña que nos une más a Dios y a cada hermana.

Dicen que es aburrido un monasterio. La verdad es que, si lo piensas, o mejor, si lo vives, ves en su interior un rico y maravilloso mundo en el que Dios es Rey y teje cada hilo, con grandísimo amor.