Hace muchos años, concretamente 799, desde que un día nuestro Seráfico Padre San Francisco, acompañado de unos hermanos franciscanos, dispusieron un humilde altar sobre un pesebre, en el interior de una gruta, que se encuentra en Greccio, una pequeña población entre Roma y Asís.
Aquella noche de Navidad, las gentes de todas partes, fueron hasta la gruta donde se encontraban nuestros hermanos, y pudieron contemplar lo que sería el primer nacimiento o Belén.
Todo el mundo destacaba la sencillez, pobreza y humildad de aquella representación. Únicamente una mula y un buey acompañaban al pesebre.
“Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo; ”. (Isaías 1.3)
Francisco, junto al nacimiento, cantó el Evangelio y predicó con su voz dulce. Esta fue una celebración de la eucaristía de Navidad, en la que todos los asistentes que formaban parte de aquel primer Belén viviente, no olvidaron nunca.
La devoción de San Francisco por la Navidad, era mayor que por las demás fiestas, pues decía, que si bien la salvación la realizó el Señor en otras solemnidades, esta, ya empezó con su nacimiento.
Esta noche de Navidad, nosotras viviremos la intensidad de la misma, con la sencillez y calidez del pesebre. Testimoniando el amor de Jesús, en pobreza y humildad.
Feliz Navidad.