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En los monasterios más antiguos, también en los nuevos, se conserva una costumbre monástica que tiene un gran significado.

Pues bien, normalmente una gran cruz de madera tosca, se conservaba al lado de la cama a manera de altar. Con el tiempo, se adaptó hasta ser una cruz de madera tosca algo más pequeña al cabecero de la cama.

Cuando entré de postulante, me preguntaba porque la cruz no tenía a Jesús, también porque mi cruz, era más pequeña que la cruz de las monjas profesas. Pero es de esas cosas que no das mayor importancia y sigues con tu rutina.

Cierto día me costaba horrores andar, y aun así, quería recoger el fruto de los limoneros y naranjos de la huerta. La Madre me dijo: Anda, ve a la celda, pon el pie en alto y deja que te cuidemos. Hoy no te levantes a las vísperas y tampoco a completas.

Resulta que, llevando una caja de nísperos, me había dado con el pico de una mesa en la rodilla (¿sabéis cómo duele?). El golpe me había dejado KO.

Pero claro, ¿Cómo pasar por alto que las hermanas andaban en mil asuntos y que no daban para entregar unos botes que nos habían encargado de almendras garrapiñadas?

Yo, más que dispuesta le dije:

-Madre, lo que me diga, pero no me voy a morir por recoger unos limones. Yo Puedo.

-Y ella con toda la pedagogía que la caracteriza: Pues claro que no te vas a morir, morir sería ganancia si fuera por Jesús. Pero esa respuesta es de estar bien viva. Anda, corre a la celda que te llevaré un zumo de naranja en un rato, e intenta morir si puedes. Verás que tranquila quedas.

Pues no me extrañó, supe perfectamente de que me hablaba. Habíamos hablado el martes anterior de eso en el noviciado: morir al yo, para que de nuestras cenizas se alce Cristo en toda su gloria.

Y me fui a la celda, la verdad, muy tranquila. Cuando llegué, me dí cuenta de que en la habitación había dos cruces. Una frente a otra en sendas paredes. En la una, Jesús, muerto por amor, en la otra: una cruz vacía.

Entendí lo de morir a mi yo. En vez de imponer mis criterios, casi siempre escuchar a los mayores es signo de buena salud y sabiduría. La Madre me mandó a morir a mi yo, renunciando a mis deseos de ayudar, por mejorarme.

En la almohada, había una nota, la vi al recostar la cabeza. Solo podía verla al recortar la cabeza, de pronto, por pura física, mis ojos que miraban hacia arriba se toparon con la cruz. En un ímpetu de amor, entonces, le pedía al Jesús que me miraba desde la pared del frente, que me crucificase con Él.

Mientras más olvidada de mí misma, más libre, más tuya, más vida interior, más amor para regalar, más cerca del cielo…