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Mi vida y mi vocación es por supuesto la historia que me ha hecho quién soy, pero también es la historia de la fidelidad de Dios.

Intento apoyar mi hipótesis en mi propia experiencia, también en la experiencia de los hombres y mujeres de fe que en la Biblia, dejan la estela, el camino a seguir.

De más está decir que nunca, o casi nunca que yo sepa, la historia de una vocación, es una historia solo de victorias. Todos los días lo son, porque al final del día, si sigues con ganas de vivir en el monasterio, si conserva tu corazón esa llama de amor que es el centro de nuestra vida; amor al Amor, entonces ha vencido Jesús sobre el “viejo hombre”, o en nuestro caso “vieja mujer”. Con su presencia continuada, esa vieja creación, va cambiándose a su imagen. Pero, pero… no es lineal el camino, ni mucho menos. La mayoría de los mortales, también las monjas, tienen días tristes y días sin sol. Eso podemos decirlo, así como que no no tenemos días sin Cristo.

Sin Él nuestra vida está vacía y sin Él, ninguno de los buenos propósitos que tenemos pueden llegar a un final feliz. Es el principio y consumación de todo, y en nuestro estilo de vida todo tiende a Él.

Nos preguntamos: ¿Qué haría Jesús ante una disyuntiva, una evasiva, un problema? Jesús es el modelo perfecto que perfecciona lo que la “vieja mujer” que llevamos dentro no quiere cambiar.

Cuando hago algo indebido ¿Sabes qué? Mi reacción primaria es esconderme. Me veo como la primera pareja en el Edén, intentando esquivar al que todo lo impregna con su presencia. Bueno, y allí está Él que me busca, se preocupa por la actuación y me promete su cuidado y compañía, a pesar del fracaso.

A veces mi intolerancia me hace poco menos que pegar a la roca de Hored con el mismo ímpetu de Moisés, con la misma altanería y soberbia. Pero eso no está bien, y el Señor vuelve a salirme al encuentro, a veces en silencio, callado, precioso momento de reflexión que sin pretender nada me da Jesús para que me encuentre con Él en mí, para que su compañía ilumine mi habitación interior y destierre la soberbia. Dios siempre ha sido fiel, porque siempre me ha salido al encuentro.

Puede que murmure en mi interior, pero su poder en mí, entiende mi nada, y otra vez y otra, sin cansarse nunca, vuelve a hacer la diferencia, a no dejar que me hunda en mis propósitos, que mire más y más alto, que no me deje extinguir por las metas mediocres. Las metas mediocres, es un desperdicio del potencial que Dios al crearnos, puso en nosotros.

Entiendo a Jesús como el compañero de viaje perfecto, el fiel por excelencia. Jesús ha sido más fiel conmigo y a mí, que yo a mi misma. Es alucinante, pero es verdad que su Corazón, volcado por completo en la misión de llevarme al Cielo, me esfuerza cada día.

A veces, cuando en alguna noche sin estrellas, me veo dentro de la tumba como Lázaro, siento su voz que es mi fuerza. Me invita a salir, a dejar la oscuridad y el anonimato del sinsentido y me da vida nueva, su vida.

Es preciosa mi historia, pero no por mí. Anda que no me he sentido a veces por debajo de sus expectativas. Pero es fiel también en esto y otra vez su voz me interpela:

Anda vente a mi regazo… descansa, que mañana, como hoy, como ayer y tenlo por seguro, como siempre, estaré contigo para comenzar y terminar la buena obra que emprendimos juntos el día que me dijiste: Jesús, mi corazón es tu casa.