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“Dos gallos reñían para decidir quién mandaba en el gallinero.

Al fin uno salió vencedor y, presuntuoso, se subió a una pared poniéndose a cantar tan fuerte como pudo mientras el vencido se escondía.

Al verlo allí encaramado, un águila que sobrevolaba el corral lo atrapó entre sus garras.

Desde entonces, el gallo perdedor quedó como el rey del gallinero”.

Esta fábula de Esopo, me trae al recuerdo algo que aprendí desde chica en el Evangelio, lo que importa a los ojos de Dios, no es lo mismo que importa a nuestros ojos. Valoramos a una persona o situación, en la mayoría de los casos sin conocer todas las aristas, sin que nos afecte el tema, como meros exportadores elocuentes que “saben siempre la solución de todo”. Dios, sin embargo, ve el fin y el principio al mismo tiempo “en cuanto aconteciendo”… así que puede emitir un juicio real, un juicio justo, quizás el único y verdadero juicio que pone cada cosa en su dimensión exacta, desvela lo que a simple vista no se ve. Ni más ni menos.

Esta fábula además me hace revivir la experiencia de aquella pobre viuda que echó delante del Señor todo lo que tenía, echó por ende su vida…y aquel sabio, que entraba como el gallo, jactándose de sus victorias, depositando una enorme cantidad de dinero en las arcas del templo y perdiendo ante Dios el lugar que creía tener.

Puedes mirar por encima de ti todo el rato, y eso en nuestra vida también puede suceder, pero si pierdes la experiencia, el contacto con nuestro propio barro, perderemos pie… nos meteremos en un terreno pantanoso en el que solo Dios es la tabla de salvación.

Lo que importa a los ojos de Dios es “un corazón contrito y humillado”, Él no lo desecha. Eso importa, importa nuestra capacidad de amar, de empatizar, de crecer junto al otro sin aplastarle, sin hacerle con nuestra vanagloria más pequeño…si no, todo lo contrario, promoviendo al hermano, extendiendo la mano, alentándole en el camino.

Nuestra vida sin la dimensión humana que se da en la convivencia, sería una vida, distinta, no franciscana. En muchos casos las personas cercanas, son el límite de nuestras fronteras personales, el respeto es la regla y el amor la norma. Ahora bien, aterrizando todo, diría tres cosas para que te las lleves y les des vueltas durante el día.

  • Acercarse a Dios, requiere conciencia de nuestras limitaciones
  • Cuando lo comprendemos, evitamos ser duros, ásperos con los demás.
  • Si el amor guía tus acciones, tus errores serás cada vez más insignificantes, porque aprenderás a ser más humilde.