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Sacado de nuestras constituciones, comenzaremos a traer algunos artículos sobre nuestro carisma. Hoy, hablaremos sobre nuestros rasgos identitarios, aquellos que nos hacer ser clarisas, hijas de S. Francisco y Santa Clara.

Ya os lo hemos adelantado. Según la inspiración que puso Dios en el corazón de San Francisco de Asís se fundó la Orden, y Santa Clara, que compartía con este sus mismos deseos, dio continuidad a su espiritualidad, viviéndola en compañía de mujeres que como ella, querían seguir el Evangelio.

El Evangelio, en el cual se enraíza nuestra Regla, es la noticia, la buena noticia del misterio de salvación. O lo que es lo mismo, la revelación de la Santísima Trinidad en el misterio de Jesús, Verbo Encarnado. Por eso, nuestra forma de vivir, debe encarnar el mismo ideal evangélico que enseñó Jesús y vivió María, la más adelantada de sus discípulas.

La experiencia personal del Evangelio de Jesús, pasa necesariamente por encontrarse con la persona misma de Jesús. Él, encontrarnos con Él…da plenitud y sentido a lo que hacemos.

Nos sabemos peregrinas, y en este andar en el que nada llevas al cielo sino el amor con que hayas sido capaz de llenar tus días, vivimos o mejor, intentamos vivir desprendidas de todo lo superfluo, centradas en Jesús, autor y consumador de nuestra vocación personal. Él, por pura gracia e iniciativa, nos llamo de las tinieblas a su luz admirable, haciéndonos en parte sentir en este mundo, aunque muy vagamente: “la herencia de los santos en luz”.

Muchos esperan el Reino de Dios, pero habrá que construirlo también aquí en la tierra. No será perfecto, será una tenue imagen, una pre-vizualización de lo que será (desde luego, infinitamente mejor), pero eso nos toca y como comunidad, queremos vivir la perspectiva del Reino de Dios que comienza en nosotras aquí y ahora.

La experiencia contemplativa de San Francisco y Santa Clara, nace del encuentro admirativo con el amor sorprendente y gratuito de Dios. Ese AMOR, se hizo “sorprendentemente pobre”, para que nosotros fuéramos “sorprendentemente ricos”, con una riqueza no material, si no espiritual, haciéndonos tesoros, allí en el cielo, donde la polilla y el orín no corrompen.

Si caemos en la cuenta que todo es pasajero, seguramente perderá valor lo puramente material que te rodea. Así que no es de sorprender, que al estilo de nuestros fundadores, dejemos todo y sigamos a Jesús, pobre y humilde.