Skip to main content

Te trascribo literalmente una nota del día de mi entrada a la comunidad, para responder a esa pregunta ¡tan de mi madre! – ¿Qué sentiste al ser consciente por primera vez de tu opción por Cristo, al dejarlo todo, al dejarnos?

La primera vez que me visitaste, justo dos semanas después de mi entrada al convento, fiesta de San José, me lanzaste una pregunta afilada como una espada. No te respondí, quería tiempo para reflexionar, dejar pasar los primeros días con sus primeras impresiones. Dejar pasar lo ilusorio y pasajero, las emociones a un lado y buscar, rebuscar más bien, la verdad. Escribí en un cuadernillo azul con una pegatina de Súper Mario, siempre estaba en la mesita de mi cama ¿Lo recuerdas?

“Y Él me esperaba, me esperaba a esta parte de la orilla. Desorientó mis metas, envolvió todo lo que pensaba para mí, en su misericordia. Me miró fijamente. Yo también, imposible olvidar aquel día. Haciendo un recuento, mis días no han sido más ni menos que los de cualquier mortal. Un cúmulo de experiencias que se amontonan. Él sigue haciendo la diferencia en mis días. Fíjate, existen un gran abismo entre hacer las cosas y hacer las cosas por amor.

El amor, esa fuerza certera y discreta lo envuelve todo, lo aligera todo. Él me esperaba, y avanzando dentro de su mar, sentía que el agua cada vez me cubría más. Cuando perdí pie tomé su mano, sin saber, nadé hasta su puerto. Allí de nuevo tú Jesús, y me pedías olvido de lo pasado, avanzar sin mirar mi pequeñez… conquistar otras playas, lejanas, desconocidas, llenas de luz”.

Te respondo mamá, hoy respondo a tu pregunta. Todo fue bien, todo va bien… Él me esperaba aquí.