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NO TODO ES LO QUE PARECE: hay veces que hasta de re-oído hemos escuchado

-”De qué sirve la vida de una monja”

-“¿Por qué monja tan joven?”.

-”¿Qué hacéis ahí todo el día haciendo lo mismo con lo mismo?

Si cosas tan hondas y personales tuvieran una respuesta sencilla, ni siquiera estaría donde ahora estoy. Pero abstracciones aparte, voy a comenzar esta serie de artículos sobre la vida de una monja y el sentido que tiene, lo que aporta, si es que aporta algo.

Yo antes de ser monja me hice las mismas preguntas que tú.

Así que ahí vamos, hoy hablaremos de “romper el sueño para regalar la vigilia al Señor”.

Suena bonito, lo sé, también aterrador si no le encuentras sentido, una especie de tortura evitable. Pero para las monjas y monjes romper el sueño forma parte de nuestro día a día y nos ayuda a ser y hacer lo que somos y hacemos.

Empecemos por los cimientos, porque sabiendo qué somos, podéis entrar al tema con más información.

Monja es un concepto que tiene casi siempre (con excepciones) una connotación religiosa. Los hay que dicen (diccionarios) que somos: «religiosas de alguna orden, que se liga con los tres votos solemnes”. Personas del sexo femenino que se consagran por entero al trabajo y la oración”.

Los más intrépidos nos llaman abducidas, iluminadas, beatas y raras. Y estos son solo algunos de los calificativos de los que tenemos constancia.

Pero queremos revindicar el concepto de “monja” y no hay nada mejor para ello que la vuelta a los orígenes. Es esto lo más original.

Una monja es una mujer que, sabiéndose dueña de sus decisiones toma una muy importante decisión, seguir a Jesús al desierto, que es una metáfora para decir que buscamos en esa soledad “de desierto” escuchar la voz de Dios. Esa voz de Dios se escucha en la oración y es a la oración a la que dedicamos lo mejor de la jornada, porque entendemos que en esa conversación de nosotras con Dios, la humanidad entera y por supuesto la Iglesia como parte de ella, se benefician de las bendiciones de Dios. Es vivir conectadas al mundo, viviendo sus problemas de una forma más discreta si quieres, pero no menos efectiva. Dios es el centro de lo que hacemos porque desde Dios podemos amar con verdaderas entrañas de misericordia e interceder por la necesidad de todos.

No pretendas comprenderlo todo, ser monja es muchas más cosas y solo hemos esbozado un tema que da mucho de sí. Ya iremos avanzando en esta serie. Por ahora quédate con esta sinopsis.

ROMPER EL SUEÑO: ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Es sano?

Lo primero, es decir que tenemos un horario muy controlado y no en el mal sentido de la palabra. Nuestro tiempo reglado y equilibrado, pretende crear un marco en el que la monja encuentre la libertad de muchas preocupaciones para que su mente tienda más a Dios cada vez, y por ende, más a lo cotidiano, a los problemas del pueblo común, a lo que preocupa a todos.

Rompemos el sueño, que creo que no sería una expresión correcta, sino, ofrecemos el amanecer. Y es que visto así, la perspectiva cambia del todo. No deshacemos, no nos deshacemos en el hecho de levantarnos temprano para ocuparnos en una labor de mucha importancia. Antes de eso, nos hemos acostado temprano, hemos intentado no distraernos para no perder tiempo de descanso y descansamos (ya os lo contaremos) con la mirada y el corazón tranquilo en el Corazón de Cristo.

Dedicar a la oración parte del tiempo que otros dedican a dormir, nos hacer hilvanar un hilo de oración ininterrumpido, que se actualiza en cualquier punto del planeta donde un cristiano esté haciendo exactamente lo mismo: orar.

Siempre me ha gustado la metáfora del vitral. En alguna parte del templo existen incrustados unos cristales de colores. Me ha parecido siempre un concierto cromático poder mirar el día a través de esos colores. Por las mañanas, mientras me desperezo (cosa totalmente humana, porque somos humanas) y me alisto, veo la poca luz que entra cuando cruzo el umbral del coro. Sin electricidad todo estaría en penumbras. Pero mientras avanza el día, como vuelves algunas veces al coro para orar, ves como el día también se levanta en los colores del cristal. Es una metáfora de lo fugaz de la existencia, de la propia vida. Por las mañana nace la luz a través de él y por la noche, con los últimos rayos del Sol, fenece la luz que reflejan para amanecer luego en un ciclo que no termina.

Al levantarnos pronto, podemos aprovechar el día, porque nos hemos acostado y descansado pronto. Pero lo que más me gusta pensar, es que nos adelantamos al alba una y otra vez en un canto agradecido. Ese canto no es solo nuestro, ni siquiera mayoritariamente nuestro, no. Es el canto de todos los que cantan y los que no pueden, el canto de los vivos y los muertos, de los que conocemos y los que no, de los que saben amar y de los que ni siquiera han sido amados por nadie que ellos sepan.

Al comienzo, en mi noviciado pensaba: – podría quedarme dos horas más en la cama.

En ese mismo momento otro pensamiento me alcanzaba: pero es que si no pongo voz a los que no pueden cantar y orar ¿Quién lo hará?

Levantarse pronto es ofrenda alegre. No siempre apetece, a veces el cuerpo se resiste y te dice: -anda, 10 minutos más. Si fuera cansancio físico lo hubiera dicho, todo en la vida monástica está orientado al equilibrio, así que tenemos total libertad de comunicar cómo nos sentimos y de pedir “dispensas” que es básicamente, traducido a un lenguaje que podamos entender, un descanso o licencia por algún motivo justificado. Pero entiendo que es esa pereza procastinadora y me pongo de pie enseguida con ánimos renovados. Soy voz de otros, nunca se me olvida.

Seguiremos hablando. Hasta la próxima.