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Me desperté como si un camión me hubiera pasado por encima, con dolor en todo mi cuerpo y muy cansada. A mi lado Pancho lamiéndome con el objetivo de salir a pasear. Fuera sólo se oía el trinar de los pájaros, y mi pereza era superior a mis ganas de levantarme. -¡Venga vamos! -Le dije a Pancho, y de un salto me puse en marcha.

Hoy decidí que iba a ser un día de descanso, las semanas pasadas fueron muy intensas entre la universidad y los ensayos con las hermanas. Me puse lo primero que vi, un chándal, y con las mismas zapatillas de andar por casa baje a que mi perrete hiciera sus necesidades. Una vez en la puerta de casa, miré a ambos lados para asegurarme que nadie me vería así vestida, casi sin peinar. Gracias a Dios, Pancho no tardó mucho y nos dimos la vuelta, justo en ese momento escuché un claxon de coche y una voz que gritaba: ¡Adeeeeeele!

Era una vecina que saludaba con mucha prisa, efusividad y una gran sonrisa desde la ventanilla bajada. – ¡Enhorabuena de verdad!

Yo levanté la mano y sonreí dirigiéndome a la puerta de mi casa, pero en ese momento se asomó Rosendo el que vende miel y me dijo: ¡Hombree, pero si está aquí la más famosa del pueblo!. Yo miré arriba, saludé, y de otra puerta de una casa salía mi vecina Angelita la de los mellizos pelirrojos diciéndome: – ¡Qué bien hija! ¡Qué bien lo pasamos!. Me puse un poco nerviosa y sin saber como reaccionar sólo acertaba a decir como una tonta, gracias gracias gracias, y pasé rápidamente dentro donde sonaba insistentemente el teléfono.

– Hola Valeria. – Saludé a mi amiga al otro lado.

– ¡Adeeeeele! ¡Anoche casi no pude dormir con todo lo que pasó!

– Pues yo caí rendida..

– ¡No me extraña! -Replicó ella.- ¿Quieres que te recuerde lo que hiciste? Ja ja ja…

– La verdad, no me vendría nada mal. -Respondí.

….

Todo el pueblo estaba sentado esperando a que comenzara la función, dentro, la comunidad de monjas nerviosas como flanes ante su inminente estreno. Las luces se encendieron y sonaba una música de fondo. Se presentó la Madre Abadesa situándose en el centro del escenario, agradeció la asistencia a todos los asistentes y cuando estaba a punto de tener que excusarse por la indisposición de la hermana Paula, surgió una hermana que nadie conseguía distinguir y dijo en voz alta: «Yo, Clara, sierva de Cristo, pequeña planta de nuestro Padre Francisco». Y desapareció. ¿Quién será?

La Madre Abadesa oteó donde se encontraba el resto del grupo intentando buscar una respuesta, las monjas se miraban entre ellas, algunas se encogían de hombros y así fue como dio comienzo “Clara: el musical”.

Rápidamente se dieron cuenta, que quien faltaba además de la hermana Paula era Adele, cada una de ellas tomo su lugar y la función se desarrollaba correctamente.

En cada intervención suya, nadie de los allí sentados imaginaba quien estaba tras el hábito, la actuación fue sorprendente, las notas afinadas y profesionales hasta conseguir un estallido de aplausos del auditorio, las personas en pie hasta que consiguieron que la comunidad cogida de la mano, saludase como en un final de teatro real. Bravos y silbidos llenaban la sala por completo, las hermanas lloraban y reían a partes iguales de emoción y agradecimiento, volvieron a saludar y se retiraron…

– ¡Es que vaya actuación hiciste amiga! – Exclamó Valeria.

– Sí… bueno gracias. -Respondí.

Tras unos minutos más de halagos terminamos la conversación. Me miré al espejo, tomé un vaso de agua que había sobre la mesa y me quedé mirando al techo. Sin saber que hacer junte mis manos, caí de rodillas al suelo y sólo pude decir gracias.

Gracias a Dios que es quien lo ha hecho, por que de otra manera no habría sido posible con la hermana Paula enferma. Gracias, ya que con lo recaudado el monasterio recibirá las obras que necesita y por lo tanto el objetivo está cumplido. Gracias, por este tiempo donde he conocido una vida que desconocía y sigo desconociendo. Por las amistades nuevas que he hecho. Por las risas verdaderas, conversaciones y momentos de paz. Por descubrirme a Santa Clara y San Francisco. Por acompañarme en este reencuentro con Dios. Gracias.

Después de orar, me levanté del suelo y me pregunté en voz alta: ¿Quién será?