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“Jesús había ido a Betania, a casa de Simón, al que llamaban el leproso. Mientras estaba sentado a la mesa, llegó una mujer que llevaba un frasco de alabastro lleno de perfume de nardo puro, de mucho valor. Rompió el frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús“. San Marcos 14

El ajuar de una celda, que es la correlación a nuestras habitaciones de casa de toda la vida, es extremadamente sencillo. Y esto por dos cosas fundamentales.

Por una parte, todo lo que sea meramente decorativo, si no es religioso, se evita. ¿Por qué? Básicamente `porque la celda es considerada un santuario donde habita solo la Gloria de Dios. En el pensamiento monástico, también significa que ese templo debe ser lo más organizado, limpio y diáfano posible …todo vacío, para ser habitada por Dios. Cualquier distracción se evita para centrar nuestra vida en el camino de la oración y la búsqueda incesante de Dios en el silencio.

La otra razón, es porque necesitamos muy poco y lo que necesitamos lo necesitamos poco. Esto en lo material; quiere decir básicamente que vamos ligeras de equipaje, también en las cosas que poseemos y consideramos nuestras. Es otra expresión de la pobreza que no impele a llevar como aconseja Jesús, lo justo y necesario para sobrevivir la travesía.

Bueno, toda esta vuelta la hemos dado porque hay una santa costumbre entre nosotras, en la que cuando entras entre las cosas que te dejan en la celda hay una pila de agua bendita. Normalmente se suele hacer con material reciclado, el fondo de una botella de refresco plástico y una crucecita, juntando dos palos y contraponiéndolos en ángulo recto hasta forma la cruz. Es todo tan sencillo que se cuelga con cualquier cuerda o alambre. Esta pila está a un costado de la puerta, al salir de la celda. Cada vez que entramos o salimos de ella, nos santiguamos con agua bendita.

Son maravillosas las costumbres cuando se encuentra para mantenerlas vivas un significado que se renueva con el paso de los años.

Dicho esto, voy a la reflexión. El tarrito de madera, con los años y con la evaporación del agua, va cogiendo un color blanquecino, la cuerda envejece, la cruz se reciente por el peso que soporta, aún así, cumple su función; más, cuánto más quebrada.

A veces los nubarrones vienen; tienen que venir. Es parte de la vida la lluvia y el sol. Podemos hacerle frente. Seguro quedaremos como mi pilita de agua bendita después de 45 años en el convento: blanquecina, envejecida, astillada, quebrada. Quebrada pero no rota.

En la vida hay que saber acoger los momentos de alegría, los de quebranto… quebrarnos, sin rompernos. El Señor, quiere juntar las piezas sueltas de nuestra vida. El pecado, o sea, el alejarnos de Dios, nos rompe…y el Señor amorosamente tiene y dedica todo el tiempo del mundo a recomponernos. Podrá vernos blanquecinos y empolvados en calcio sólido, nos recogerá en sus brazos cuando estemos rotos…y completará el puzzle de nuestras vidas; Él, que conoce bien el plano de aquello que somos. Obra suya, salimos de sus manos de amor.

Debo ser el vaso de alabastro quebrado para ungir al Rey. Mi imperfecto perfume acaricia las llagas de Jesús y las cura. ¿Presunción o fe?

Si estás roto o quebrado, déjate recomponer, déjate reciclar por Cristo…deja que tu amor transforme la vaciedad de lo que crees ser, en su presencia que todo lo ilumina, que todo lo plenifica.