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Tantas veces hemos visto a Jesús en el portalico de Belén que nadie echa en falta para el Niño una hermosa y cómoda cama, unos patucos calentitos, buenas ventanas en el establo para evitar el frio.

Nos hemos acostumbrado y nuestras pupilas encallecidas, ¿Quizás distraídas? …no arropan al pequeño Rey y Dios, no le protegen del frio, no tejen sus patucos con actos de amor y sacrificio a fin de que nazca y nazca dignamente.

Mamá, ya son muchos los años ante nuestro bonito pesebre, pero el Niño, aunque siga recostado sobre su pobre cuna de paja, en mi corazón, nace en la cuna de mi voluntad, a Él rendida. Nace porque sin Él, cualquier mañana, la más luminosa, carece de luz. Nace porque haber rendido lo que soy y tengo a su amor eterno, eso, eso y nada más son la brújula que ni falla, que no se desvía ni un grado.

Es impresionante y hermoso, la ternura de ese Niño que en el silencio de Belén, quiere ser la estrella luminosa que atrae a todos hacía sí mismo para juntarnos en su Corazón de Dios y Hombre.

Es el detalle, la delicadeza, la ternura humilde del Niño, darme cuenta de ello… esto ha sido mi programa esta Navidad, las pajas de mi pesebre. Ser consciente, caer en la cuenta, no dejarlo pasar.

Y en medio de todo esto, ha pocas horas de Reyes, quiero regalarle los patucos que le he tejido, quiero y lo haré, que este año sea yo quien le regale todo a Él, me he propuesto no pedirle nada. No hace falta, sabe qué necesitamos y qué no, me fio de su sabiduría eterna, mientras en mi corazón vuelvo a arroparle, una y mil veces.