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Hace muchos años, en el contexto de la Reforma Protestante y la Contrareforma, surgieron diferentes grupos en la vida de los monasterios y conventos. Bueno, la vida regular y uniforme tal como la conocemos hoy estaba en un proceso de homegenización que aún no terminaban de cuajar. Por este tiempo surgió el término “calzado” para referirse a las órdenes que guardaban la primitiva observancia y “descalzos” para aquellas órdenes, casi todas de nueva guisa o separada de las originales, que sí querían experimentar un movimiento reformador de una forma más evidente. Casi siempre tocaba mirar a los tiempos de la fundación e imitar a los primeros fundadores.

También en este periodo precioso en la Iglesia por la cantidad de santos que dio, nace otra costumbre popular (aunque no siempre era estrictamente así), los descalzos o reformados llevaban por lo general sandalias abiertas o alpargatas. Los de la tradicional observancia por su parte, llevaban cualquier tipo de calzado, casi siempre cerrado según las costumbres de la Orden. Bueno, os lo he contado muy de prisa y solo ciñéndonos a aquellos apéndices que matizan la costumbre monástica que hoy le comparto.

Cada mañana, al poner los pies en el suelo, casi por inercia me calzo con mi sandalias y a lo mio. Siempre han sido muy franciscanas las sandalias y hasta hay modelos más populares que hablan de tradición y de raíces lejanas. Nuestro Padre San Francisco las usó durante toda su vida. Pero el hecho de escoger este calzado, bien lo sé yo, tiene un significado más trascendental.

En la tradición bíblica el calzado forma parte de la armadura de un soldado y todos lo saben, nosotras aquí a través de la oración luchamos por Cristo. Por eso San Pablo nos dice: y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz”. (Efesios 6,15)

En la tradición monástica, usar sandalias se le confiere un significado no solo de pobreza, sino también de confianza en Dios. Pues si, confianza, de eso este pequeño gesto casi instintivo nos dice mucho. Escoger un zapato abierto hace muchos años, era caminar más ligero, sin pesos o cerrazones, pero también más expuestos. Expuestos al sol, a las víboras del camino, a las inclemencias del tiempo. Es echar a andar confiando en que Dios te cuidará, que Él irá contigo, te acompañará en el camino.

Las sandalias, según una monjita de casa, hablan de abandono y de fe, porque cuando te expones en la vida, cuando abres el pecho y te entregas, no todo es color de rosas, pero la fe te hace vivir el presente con total confianza en el futuro. Mi futuro está en sus manos, así que me calzo y descalzo a un tiempo, me doy en cada latido, y me dejo llevar por sus manos que me cargan y me sostienen. Pongo mis pasos, solo donde los pone el Maestro.