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-Aprende de San José.

– ¿Y qué aprendo?

– Su silencio elocuente, su sí silencioso.

Vaya parrafada, no entendía mucho, pero el fluir continuo de los días, me llevó una tarde a descansar en la fuente que tenemos dedicada al Santo Patriarca en uno de los laterales del monasterio, pegadito a la Iglesia.

Hacía un día espléndido de sol, solo unos pocos nubarrones apuntaban sobre Valladolid y yo escuchaba el trinar de la aves mientras me recostaba sobre el borde de la fuente, miré hacia arriba y ahí estaba el santo del que tanto me pedían aprender. Daba el sol fuertemente y su mirada junto a la del Niño Dios, me arrancó una oración.

Dos días después de aquello, calló un chaparrón de mucho cuidado, los relámpagos a la tarde casi servían de iluminación en el coro. Al salir miré a través del cristal, ahí estaba San José, aguantando la tormenta.

Y por fin llegó noviembre de aquel año, en el que las nevadas se adelantaron más que otros años. Tuve que sacar los peces del estanque pues se podían congelar. Una capa de blanco impoluto se divisaba desde dentro. Salí y en lo primero en lo que reparé fue en el San José de la fuente. Tenía acumulada sobre su cabeza una gruesa capa de nieve que no tardé en retirar.

-¡Pasarán frio si no lo hago! Pensé.

Esa noche en la recreación, la Madre Maestra se sentó a mi lado. Desde las ventanas se veía el patío de la fuente, La imagen volvía a tener la capa de hielo, y que aunque lo hiciera, mientras nevara, seguiría así.

– ¿Ves al San José de la fuente? Mira que feliz se le ve haciendo la voluntad de Dios ahí afuera. Cada vez que pasamos por este pasillo, haga el tiempo que haga, Él está ahí. Su silencio es elocuente, nos habla de su entrega generosa, de su abandono total a la voluntad de Dios…hace lo que Dios le pide, cuidar de Jesús, darle calor en sus brazos aunque a veces llueva, o nieve.

A la mañana siguiente, al abrir el breviario en el coro, tenía una estampita escrita por la Madre Maestra, era el San José de nuestro recreo, lo había impreso y plastificado como había podido. Decía: “¡Aprende de San José, su silencio es elocuente!”