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La radio sonaba en mi habitación mientras yo cogía mi mochila y las cosas que necesitaba, era mi día libre y pensaba hacerme una ruta por el bosque con mi perro Pancho. “Una ciclogénesis explosiva se instalará en todo el país, trayendo consigo fuertes vientos e intensas lluvias. Es recomendable que seamos cautos y adoptemos algunas medidas preventivas como las que te indicamos…”. – Informaban en el noticiero.

Salí de mi habitación con todo preparado, bajamos hasta la calle y allí me encontré a mi madre, que venía de gestionar asuntos en el banco de la plaza. No quería de ninguna manera que saliese hoy de casa, se había activado la máxima alerta en toda la comunidad me decía, pero mi insistencia y tozudez junto a Pancho y mi bicicleta, nos fuimos pedaleando mientras despedía a mi madre con la mano.

Era obligatorio pasar por la plaza, saludar a quien te encuentras, bajar hasta el supermercado y hacer una parada para hablar unos minutos con mi nueva amiga Rosa, la mujer que llegó desde la capital y qué por una serie de catastróficos infortunios, se veía obligada a pedir limosna o alimentos en la puerta. Todo seguía igual, estaba esperando una cita la semana que viene con el trabajador social del pueblo…

Continué mi ruta hasta el bosque, allí en campo abierto, el viento era tan fuerte que desequilibraba mi bicicleta. Pancho dentro de la cesta como si fuera E.T. el extraterrestre me miraba con los ojos llenos de lágrimas por la ventisca. Recordé las palabras de mi madre, y tras un fuerte trueno decidí que lo mejor sería no internarnos demasiado más. Comenzó a llover… y no era una llovizna precisamente. Nos refugiamos debajo de un árbol con la esperanza de que mitigase y poder continuar o regresar, pero el temporal se intensificó y las tres opciones que teníamos eran: esperar, volver por todo el bosque y pueblo hasta casa, o ir al monasterio de las clarisas que estaba a diez minutos. Evidentemente, acudimos al monasterio.

Calados de agua como se suele decir, nos presentamos en la puerta de las monjas, mi perrete lloraba y yo intentaba tapar su cuerpo como podía con mi chubasquero. Nos recibió la hermana Aramis que con sorpresa y urgencia nos hizo pasar.

– ¡Pero Adele estás empapada! – Exclamó.

– ¡Gracias por abrirme hermana! ¡Vaya tiempo! – Contesté mientras me quitaba el impermeable.

– Pasa al locutorio que te pongo la estufa y te traigo una toalla. – Me invitó Aramis amablemente.

Después de unos minutos se personó la Madre Abadesa con Aramis, llevaban toallas, una taza de leche caliente y un plato de pastas. Les agradecí toda su hospitalidad y me disculpé por la intromisión. En una hora como mucho retornaría a casa.

– ¡De ninguna manera! – Clamó la Madre. – Han activado la máxima alerta y han pedido que nadie salga de su casa, el río Jumillo se ha desbordado hija. Esto no es como aquella vez que te cogió la lluvia ¿recuerdas? Lo mejor será que te quites esa ropa tan mojada antes de que enfermes.

Pasados los minutos allí estaba yo de nuevo vestida de postulante, más calentita y seca que nadie. Pancho al lado de la estufa dormido. Mi teléfono sonó, era mi madre muy preocupada por el suceso del río… te lo dije, te lo dije y te lo dije… Después del otro vendaval, el de mi madre regañándome, pude tranquilizarla al saber que estaba con las hermanas. Me hice una foto y se la mandé para que viera que todo estaba bien. “No, si al final te haces monja” respondió mi madre a la foto con otro mensaje. “¿Monja yo?” – Repliqué.

Apareció la hermana Celina escoba en mano, si cierras lo ojos te le puedes imaginar siempre así, dispuesta. Muy emocionada me saludo con un abrazo y me dijo que la acompañase, que iba a enseñarme la pequeña hospedería, más concretamente la habitación donde iba a pasar la noche. ¡¿La noche?! Sí, toda la zona había quedado anegada y era imposible salir hasta que, la ciclogénesis explosiva y los servicios especiales de emergencias hicieran su trabajo. ¿Cuánto tiempo llevaría esto? De momento el temporal solo había comenzado, y como resultó que tuve que quedarme con mis queridas hermanas y amigas tres días enteros… ¡Te lo cuento la próxima vez!