Skip to main content

Queremos comenzar a compartir contigo, algunas de las biografías de santas franciscanas. Hoy hablaremos de Santa Coleta Boylet De Corbie.

Santa Coleta nació en Corbie, poblado de la Picardía, al norte de Francia, el año 1381. Murió en Gante (Bélgica) en 1447.

Fue hija única de unos padres muy humildes, que la engendraron en edad avanzada, hacia los cincuenta años, creyendo siempre que se debió a la milagrosa intervención de San Nicolás, por lo que agradecidos le pusieron el nombre de Nicolette o Colette.

Desde muy pequeña dio muestras de una especial predilección por los pobres y necesitados siendo ella misma amante de la pobreza. Al morir sus padres, hacia 1399, cuando tenía solamente 18 años, repartió sus bienes entre los necesitados y buscó una especial dedicación a Dios en congregaciones religiosas pobres.

Inicialmente decidió entregarse a Dios en las religiosas llamadas Beguinas, después en las Benedictinas de Corbie, para terminar en las Clarisas de Moncel. Siguiendo los consejos de su confesor Enrique de Baume, se hizo de la Orden Tercera de Penitencia de San Francisco en Hesdin d’Artois, sin encontrar colmadas sus ansias de espiritualidad ya que las que profesaban este instituto no vivían aún en comunidad. Por eso ella misma terminó por encerrarse en una pequeña celda, cercana a la iglesia de Notre Dame donde oía misa y comulgaba, siempre con la aprobación del abad de Corbie. Aquí pasó cuatro años, ayunando toda la cuaresma a pan y agua, haciendo esto mismo otros muchos días al año. Su cama era un manojo de sarmientos extendidos sobre el suelo.

Posiblemente también aquí recibió un mensaje especial del cielo, donde el propio San Francisco se le apareció para pedirle que se comprometiera en la reforma de la Orden de las Religiosas de Santa Clara. Ella se resiste por su timidez y pobreza y la dificultad del proyecto a que parecía llamada. Quizás por eso de repente se vio muda y ciega como se le había pronosticado, en señal del destino para el que Dios la llamaba. Con tan clara señal se rindió a la voluntad del Señor y al instante recobró la vista y el habla.

Su tiempo conoció multitud de reformas en casi todas las órdenes religiosas, promovidas por humildes personajes. Ella era una de las elegidas.

Aconsejada por fray Enrique de Baume y convencida de tan especial llamamiento se presentó ante el papa Benedicto XIII en Aviñón, a quien entonces tanto España como Francia obedecían como papa verdadero. Le expone con tal unción sus deseos de tomar el hábito de Santa Clara y observar la primitiva Regla reformando los conventos de la Orden, que el Papa extendió una bula con fecha del 16 de octubre de 1406 aprobando sus propósitos y eligiéndola como abadesa futura de cuantos monasterios funde.

Coleta hizo un llamamiento a las religiosas que quisieran compartir sus experiencias de reforma y, aunque durante algún tiempo hubo bastante resistencia, terminó por encontrar un grupo de seguidoras, suficientes para permitir la existencia de un primer monasterio en Besançon. Luego vendrían otros también sobresalientes, como los de Auxonne, Poligny, Gante, Amiens, hasta un total de dieciocho. En tan ingente empeñó le prestaron su apoyo, además de su director espiritual, personajes tan relevantes como la condesa de Ginebra y las duquesas de Borgoña y Baviera. Era realmente la Providencia la que había puesto en marcha una de las más ascéticas reformas de la Iglesia valiéndose de un instrumento tan ínfimo como el de la humilde Coleta.

Nos lo resume el P. Croiset: «De esta manera se fundó y se propagó por toda Europa, aun en vida de Coleta, la famosa reforma, que fue como segundo renacimiento de la Religión de santa Clara, según el verdadero espíritu de su primitivo instituto. Consérvase en el día de hoy en todo su vigor y se ven resucitados en estos últimos tiempos aquellos grandes dechados de perfección; aquellos insignes ejemplos de inocencia, de fervor y de humildad; aquellos milagros de penitencia, de abnegación propia y de total desasimiento de todas las cosas, que admiramos tanto en los siglos más retirados; y los vemos con asombro renovados en tantas nobilísimas, ilustrísimas y santísimas doncellas, que sin reparar en la ternura de la edad, en la delicadeza de la complexión, ni en el regalo con que fueron criadas observan severísimamente la primitiva Regla de santa Clara, y sepultadas en su oscuro retiro se hacen invisibles a las criaturas, aspirando únicamente a que las vean los ojos de su criador. […] Esto es lo que en parte se debe al infatigable celo, a los gloriosos sudores, y a la eminente virtud de nuestra santa Coleta».

Aquella ejemplar siembra con el título de clarisas pobres, perseguía el deseo de una auténtica pobreza real, una renuncia sin límites, una ejemplar austeridad, cual la predicada y exigida por Santa Clara de Asís, un par de siglos antes.

Para conseguirlo redactó Coleta unas Constituciones que fueron aprobadas por el Ministro general de la Orden franciscana en 1434 y años más tarde, en 1458, por el papa Pío II.

Coleta también extendió su influjo y deseos de reforma a los Hermanos Menores.

El 6 de marzo de 1447, a los 66 años de edad, con ejemplar resignación, Coleta murió en Gante, cargada de méritos y sacrificios y después de recibir los santos sacramentos.

El proceso de su canonización, iniciado a los pocos años de su muerte, en 1472, no fue realidad hasta bastantes años después. Fue beatificada por el papa Sixto IV, y Urbano VIII dio licencia para que se celebrase su fiesta en los conventos franciscanos. Pero no fue canonizada hasta el 24 de mayo de 1807 por el papa Pío VII. Su fiesta se celebra en el mismo día de su muerte: el 6 de marzo [La familia franciscana la celebra el 7 de febrero].

Pero ya antes las señales de un especial destino y su veneración habían comenzado, según relata el P Croiset: «Habiendo abierto el año de 1536, por orden y a presencia del obispo de Sarepla, sufragáneo del de Tornay, observó el prelado, y lo hizo observar también a los circunstantes, que chorreando agua la bóveda por todas partes, a causa de su excesiva humedad, no caía ni una sola gota sobre las preciosas reliquias de Coleta, y el paño de damasco blanco en que estaban envueltas se halló tan entero y tan fresco como el día en que se puso».

[J. Sendín Blázquez, en Año cristiano. Marzo. Madrid, BAC, 2003, pp. 109 111]