Skip to main content

Cargar un fardo de heno por amor puede salvar a un alma. Así es, a veces inadvertimos todo aquello que nos hace humanos y vamos tan a nuestra bola que nuestro micromundo limita nuestro corazón, encerrándolo en su mayor peligro. El egoísmo en efecto, es todo aquello que hace que mis ojos no miren al que tengo al lado y solo mire mi ombligo. Un error además que suele ser muy frecuente. En la vida contemplativa, vivimos rodeadas de hermanas. Cada una nació y creció en su hogar, distintas todas, una de las tentaciones que tenemos y que se trabaja con el tiempo, solo mirando a quién es la hermosura infinita, es encapsularnos en nuestra burbuja de creencias personales sobre cómo y cuándo se deben hacer las cosas. Mientras más sumergida en tu burbuja, tanto más lejos del plan de Dios y de tus hermanas. Por eso, la vida comunitaria, es un constante abrirse a la voluntad de Dios, si, pero teniendo en cuenta a cada hermana. Digamos que el amor que decimos tener a Dios tiene una forma fácil de concretarse en nuestra vida, tan de familia. Aquí adentro, todas somos una, porque sin una, el equipo, la comunidad no marcharía, porque sin esa única, el monasterio pierde una de sus partes, importante como todas. Extrapolemos esto a nuestra vida, como monja o seglar.

Os dejamos esta maravillosa fábula de Esopo, que tanto nos gustan para ilustrar aquello que ya sabemos. Siendo un solo corazón con el de Cristo y entre nosotras, somos más fuertes.

Un caballo y un asno vivían en una granja y compartían, durante años, el mismo establo, comida y trabajo que consistía en llevar fardos de heno al mercado de la ciudad. Todos los días practicaban la misma rutina y seguían por una carretera de tierra llevados por su dueño hasta la ciudad.

Un día, sin darse cuenta, el dueño puso más carga a la espalda del asno que a la espalda del caballo. En las primeras horas nadie se dio cuenta del error del dueño, pero con el pasar del tiempo, el asno empezó a sentirse muy cansado y agotado. El asno empezó a sudar, a sentirse mareado, y sus patas empezaban a temblar.

Cuando el asno ya no podía más, se paró y pidió a su amigo caballo:
– Amigo, creo que nuestro dueño se equivocó y puso más carga a mi espalda que en la tuya. Estoy agotado y ya no puedo seguir, ¿será que podrías ayudarme a llevar algo de mi carga?

El caballo haciéndose el sordo no dijo nada al asno. Le miró y siguió por la carretera como si nada hubiera pasado.

Minutos más tarde, el asno, con cara de pánico y visiblemente decaído, se desplomó al suelo, víctima de una tremenda fatiga, y acabó muriéndose allí mismo.

El dueño, apenado y disgustado por lo que había pasado con su asno, tomó una decisión. Echó toda la carga que llevaba el asno encima del caballo. Y el caballo, profundamente arrepentido y suspirando, dijo:
– ¡Qué mala suerte tengo! ¡Por no haber querido cargar con un ligero fardo ahora tengo que cargar con todo!

MORALEJA: Cada vez que no tiendes tu mano para ayudar a tu prójimo que honestamente te lo pide, sin que lo notes en ese momento, en realidad te estás perjudicando a ti mismo.