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Como novicia, si quiero que mi vida, mis afectos y mis buenas intenciones, acaben en Cristo, he de organizarme muy bien. En dos direcciones, la primera, ORGANIZAR aquello que quiero. Muchos fracasos vienen por no mirar hacia ese punto y tender a él durante el camino, aunque vengan curvas, riscos, tropiezos y falsas señales.

No podemos deshacernos de esto, pero si tener la brújula orientada al único norte de una clarisa: Jesús, pobre, casto, obediente…

No es algo que puedas hacer sola, así que un poco de ayuda divina te sacará de cualquier estancamiento… cuando pienso (pobre de mí) que no puedo avanzar más, le miro a Él, calculo el tiempo y la distancia y sigo andando, porque queda camino…

El segundo aspecto (de esto os hablaré hoy) que debo organizar, es mi VIDA. Durante tantos años, hasta que entras, vives con normas, ellas nunca se han alejado de nosotros desde que nacimos. Sabemos exactamente cómo debemos caminar según en qué sitio, qué se espera de nosotros por ejemplo cuando vamos a una entrevista de trabajo o qué ropa ponerte para una gala.

La vida monástica tiene una larga tradición, válida hoy por supuesto, que nos impele hacer aquello que debemos hacer a fin de que nuestro corazón sea de Cristo. Esto a efectos prácticos, en el día a día.

Digamos que existe una teoría, rubricada por cientos de años de experiencia en la que, si organizas tu mundo exterior, teniendo organizado el interior (o sea, poniendo nuestra mirada en Jesús siempre), lo más probable es que la existencia, la propia vida se vaya entretejiendo, consolidando, vislumbrando con el mismo Cristo. “Yo no vivo yo – Dice Pablo- es Cristo quien vive en mí”. San Pablo

De cómo organizamos nuestro día a día en el noviciado, haré aquí un parón. Aunque en realidad los días cambian, los trabajos que hacemos, las ocupaciones dentro de la comunidad, existe un esqueleto o armazón al que llamamos horario de noviciado, por el que nos organizamos a fin de organizar, no solo los pensamientos, sino y sobre todo el corazón

-Primerísima hora: lo primero del día, al despertar, es hacer un ofrecimiento de lo hay por delante, a fin de que, con ello, demos gloria a Dios. Sí, te levantas de la cama de un tirón, sin otra pereza, con mucha ilusión. Hay días que tienes más sueño que los demás, o estás más cansada. Pues aprovechamos esos días para ser conscientes de nuestra debilidad y del estado de abandono en el que dejamos nuestra vida espiritual si no ponemos en Cristo nuestras fuerzas.

-Liturgia, oración personal, Eucaristía: Imprescindibles, básicas y el cimiento que nos permite echar raíces. Sin esa preciosa relación con Dios, cultivada en el día a día, no aguantaríamos dentro de un monasterio, ni un día.

-Estudio y formación: Claro, puedes entrar a día de hoy a un monasterio con edades diversas, no siempre tenemos una formación académica, humana y espiritual homogénea, así que este elemento de nuestra vida, nos permite adentrarnos no solo en los conocimientos terrenos o humanos, sino y sobre todo, en los espirituales. Intentar conocer a Dios, sus planes para mi vida, la Orden en la que estoy, sus santos, sus vidas y los ejemplos que me aportan.

-Recreo y vida de hermanas: Si, es más que importante, Dios me dio hermanas y en ellas me apoyo, porque ellas viven mi misma experiencia de fe. No es sencillo ni aprender ni imitar la vida cristiana, pero la experiencia de años, otorga a mi madre maestra muchas perspectivas de las que carezco, así que día a día me fio de sus criterios, orientados como los míos, hacia el Cielo. No todas somo iguales, pero todas queremos alcanzar a Cristo, mantener nuestro puesto en la brecha y defenderla, haciendo de nuestra vida un sí constante al AMOR.

Fin del día: como empezó, mirando a Jesús, pero esta vez a través de la Virgen María. Su antífona es lo último de cada jornada y con ella en las pupilas y encendiendo el corazón nos damos al descanso, que no es una dimensión aislada y menos espiritual, si dormimos en Dios dormimos… Es un momento especial, la Virgen toma la iniciativa y se vuelve consuelo reparador… paz.

Y termino diciendo, que, aunque parezca sencillo este esqueleto de vida o programa que os cuento, no lo es. El peor de los obstáculos casi siempre, somos nosotros mismos. Así que en ello ando, empeñada en regalarle todo, pues todo es suyo.

¡Bendiciones!