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El otro día me preguntaron el sentido de tener rejas en el locutorio y me pareció interesante compartiros esta reflexión. Para quien no lo sepa, es una sala que destinamos para recibir a las visitas. En la mayoría de ellas, hay una separación material o una reja entre las monjas y los visitantes. Los locutorios son parte imprescindible en la arquitectura monástica de todos los siglos; se han modernizado con el paso del tiempo, pero su esencia es la misma. Podemos decir que siempre ha estado ese sentido espiritual, que hace de los locutorios monásticos una más de nuestras queridas costumbres.

Entremos un poco en situación con un resumen histórico de un texto sobre la clausura en la Laguna, en España (s. XVII) que encontramos en Internet. Por lo gráfico, nos pareció interesante. “Tal y como se desprende de su nombre, derivado, como señala la regla de Santa Clara, del «verbo latino loquor, que significa hablar», el locutorio o «libratorio» (del verbo librar) fue instituido específicamente, dentro de las clausuras femeninas, para conversar bajo una estricta serie de normas. Con el torno o tornos y la puerta reglar, constituía uno de los tres canales de comunicación establecidos por los cánones monásticos para el contacto con el mundo exterior. Aunque podía cumplir esa misión, la «grada», «red» o «reja» del coro no había sido creada con tal objeto, ni se permitía hacerlo en ella”. Los canales del convento en la comunicación con el exterior eran mucho más reducidos que ahora. El torno: “servía para «tomar lo que les dieren y dar lo que tuvieren que dar», La Puerta Reglar:”para introducir la leña, el trigo y demás suministros, amén de la entrada de novicias o de las personas que por razones justificadas auxiliaban a la comunidad en lo espiritual, corporal o material (capellanes, médicos o maestros de obras). Destinado a las visitas de familiares y devotos o a las ineludibles gestiones administrativas con las «gentes del siglo», un cúmulo de reglas regían el uso del locutorio. Aunque existen referencias a sus normas o su función, se ha escrito poco sobre este espacio y su interacción entre la clausura y el mundo…”.

El texto resumido da una visión del empleo de los locutorios monásticos. Nos interesa resaltar ese sentido más espiritual que hacen de nuestros locutorios otra extensión de la obra de Dios en nuestra vida. Los locutorios, según lo vemos hoy, son espacios de intercambio humano y espiritual con el exterior. Espacios, donde podemos compartir y recibir la riqueza de la diversidad, que se manifiesta en las vidas y carismas de los que se acercan a ellos. Lo que más impresiona de un locutorio, son las rejas, al menos en un primer momento. Las hay de todos los tipos. Antes, según nos cuentan las mayores, las rejas eran dobles en capilla y locutorio, y estos últimos completamente oscuros. Incluso, si no eras familia, había un fino velo que servía para tapar el rostro de miradas indiscretas. Formaba, o forma parte, de esa visión algo más romántica que considera al claustro un huerto herméticamente cerrado, donde solo puede mirar Dios y las monjas. Nuestro locutorio tiene una reja de barrotes amplios. Al poco de estar junto a nosotras en el locutorio, la sensación de distancia desaparece (las sonrisas obran milagros) por completo. Sí, es una separación física, pero sobre todo es un testimonio de lo que somos, mujeres dedicadas por completo a la obra de Dios. Y esas rejas, interpelan también hacia dentro (o sea, a nosotras); lejos de parecernos una cárcel, nos hablan de la radicalidad de la vida que hemos abrazado, regulan el tiempo que dedicamos al esparcimiento o socialización, equilibrándolo con las otras actividades de la vida diaria. En los locutorios podemos hacer tanto bien como con la oración. Recordad que la vida de una monja, no se divide en oración y lo demás…, sino que toda ella es oración. Y si los frutos de la oración se comparten, pues mejor. En los locutorios, como en los cafés o bares donde las familias quedan un rato a charlar, la finalidad principal es la misma: conversar. Las conversaciones no siempre tienen a Dios explícitamente, pero Él siempre está en nuestra mente cuando nos reunimos con amigos y conocidos. Hablamos de la vida, de la familia, de cómo está la sobrina en el cole y cuánto le falta a Paco para graduarse de la universidad. Hablamos de las novedades, de las injusticias sociales, y por supuesto… todo envuelto en la dulce caridad de Cristo. Claro que sin Él, no tendría sentido hablar a través de una reja por muy amplia que sea. Al final, ni siquiera las ves, porque aquí estamos libres. No hará falta saltar la verja si quieres irte, Dios en su infinita libertad nos la regala y nos la entrega como responsabilidad. Las rejas, el claustro, los muros y hasta el hábito forman parte de un clima propicio que nos lleva a Dios. Así debería ser y así deberíamos vivirlo, con ese sentido trascendente, es lo que pedimos a Dios día a día. ¡Bienvenidos a nuestros locutorios!