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Este año tengo algunos regalos muy bellos para Jesús. Bueno, tenemos, porque en el monasterio somos 34 personitas que regalarán algo a Jesús.

Pero hablando con una de las jóvenes, me sugirió en lo personal, hacer un intercambio de regalos con Jesús.

-Te será más difícil, ya verás. Si tienes que pedirle que te regale algo, será más difícil escoger.

-Bueno, no será para tanto. Lo haremos así este año.

No sabía lo que hacía desde luego, porque el inocente propósito me daría una gran alegría.

Ese día pasó sin tener claro qué pedir a Jesús. Sin embargo, aquello que iba a regalar, eso sí estaba más que preparado en mi mente.

Al otro día por la mañana comenzaron a suceder un sinfín de acontecimientos, que me ayudaron a definir mi particular carta de Reyes.

Una señora de fuera de Valladolid llamó algo angustiada al torno muy prontito, justo después de la Acción de Gracias de la Eucaristía diaria.

-Podría usted rezar porque llueva, las cosechas se están echando a perder.

-Vaya por Dios, y a Dios mismo pediremos.

Le escucho decir a la tornera, a la que con el silencio del claustro, se la oye al pasar por la portería.

A las 3 de esa misma tarde, la madre abadesa tiene que salir al médico y quiere que la acompañe. En la sala de estar me dice un pequeñuelo.

-¿Es verdad que tienen un patio muy grande en el monasterio lleno de flores y con una fuente?

-¡Qué ocurrente eres! Pues si, si que lo tenemos, y me incliné para enseñarle en el móvil que llevamos en las salidas, las fotos de nuestra huerta.

-¡¡¡Ualaaaa!!! Replicó el niño todo expresivo.

Después de esto, me quedé pensando en la infinidad de veces que hemos podado, sembrado, cultivado esa huerta. También en las miles de flores que nos ha regalado, las abejas, los animales que la habitan, los pajaritos cada mañana. ¡Qué dichosa soy!

Para rematar, ese día me torcí un tobillo en la escalera de entrada. Nada grave, solo unos días de reposo, pero con mucha molestia.

Al irme a descansar el pie a la celda y ponerlo en alto, llega a los pocos minutos la cocinera y la madre.

-Mira lo que te traemos.

Me señalaron la bandeja que venía en el carrito del refectorio. Una deliciosa crema, un pescadito frito riquísimo y una sandía, que me encanta. No se quedó ahí la cosa. Se acercaron a mi sillón, me dieron un abrazo, una pastilla antiinflamatoria y se despidieron hasta el otro día. Así se pasaron todos los días hasta que me recuperé.

¿Qué pedir a Jesús para Reyes? Aún no sabía, pero algo se cocía en mi interior. Ese día, o sea ayer, me senté en el banco como todos los días en el coro. Abrí el breviario: “una cosa pido al Señor, vivir en tu casa todos los días de mi vida”, así rezaba la estampa de una profesión que encontré. Algo más de la ristra de sucesos que me llevaron a la conclusión.

Hoy fue el remate, a solo 3 días de los Reyes Magos, había quedado con la hermana en compartir mi petición al niño Dios. La señal, era poner un papelito debajo de la imagen del Divino Infante. Y así lo hice. Luego de Vísperas, la hermana vino muy de prisita, con gestos me interrogaba, y como era tiempo de silencio, postergamos la conversación hasta la recreación.

-Y este papel en blanco. ¿Qué significa? Apuntó con aire de desconcertada. Yo, ya había oteado el suyo, que tan inocente y buena, pedía más humildad para el 2023.

-Pues significa que no voy a pedir nada. “Virgencita, Virgencita que me quede como estoy”.

-¿Nada?

-Nada de nada. Tengo en Él, todo lo que necesito.

Enseguida se arremolinaron los miles de pensamientos y sensaciones de los días anteriores. Pensé en la huerta, en todo lo que disfrutamos de la naturaleza, en muchas horas de silencio exterior y de mucho diálogo interior pasado alrededor de las flores, pensé en aquella señora del torno, en cuánto pudimos ayudarla (solo Dios lo sabe) desde nuestra oración, recordé el amor de las hermanas que se juntaban alrededor de mi cama cuando estaba con lo del tobillo. ¡Qué dichosa soy! Fue la frase que casi instintivamente se dibujó en mi cabeza. Y sin mediar palabra, sonreímos, pues por dos caminos distintos, ambas habíamos pedido, con o sin palabras al Señor, vivir siempre a su lado.