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Federico II de Suabia, fue un emperador del Sacro Imperio Romano Germánico que gobernó desde 1155 hasta su muerte en 1190. Durante su reinado, tuvo varios enfrentamientos con el Papa, principalmente con los pontífices Adriano IV, Alejandro III y Lucio III.

El conflicto entre Federico II y el Papa se debe en parte a la rivalidad de poder entre el Sacro Imperio y el Papado. Federico II buscaba unificar y fortalecer su imperio, mientras que el Papa buscaba mantener su autoridad sobre los estados cristianos.

Los enfrentamientos entre Federico II y el Papado continuaron, especialmente durante su cruzada en Tierra Santa en 1190.

Tanta era la tensión, que Federico II reclutó una banda de mercenarios sarracenos musulmanes para ser parte de su ejército.

La civilización sarracena se desarrolló a lo largo de varios siglos y fue influenciada por diversas culturas y pueblos. El término «sarracenos,» se utilizaba en la Edad Media para referirse al pueblo de origen árabe y beréber, que habitaba en el norte de África y en la península ibérica durante la Edad Media. Se les llamaba así por los romanos y cristianos medievales. Eran principalmente musulmanes, y estuvieron activos en la expansión islámica desde el siglo VII hasta el siglo XV. Los sarracenos tuvieron un papel importante en la historia medieval, ya que se enfrentaron en numerosas ocasiones con los reinos cristianos de Europa, especialmente en la península ibérica durante la Reconquista.

En el año 1241 se produjo un ataque de los sarracenos a la ciudad de Asís, Italia. En ese momento, las fuerzas musulmanas sarracenas estaban llevando a cabo incursiones y ataques en toda la región central de Italia, saqueando ciudades y causando estragos.

Cuando se acercaban a arremeter en contra del convento que está en la falda de la loma, en el exterior de las murallas de Asís, las monjas se fueron a rezar muy asustadas, algunas se desmayaban de terror y temblando de miedo clamaban a su Madre Santa Clara.

Clara estaba enferma en la cama en este momento.

Unas de las hermanas corrió a su habitación para contarle que había visto a los soldados en el convento.

Santa Clara, cuya fe en el Santísimo Sacramento era prácticamente inquebrantable, tomó en sus manos la custodia con la hostia consagrada y se enfrentó a los atacantes.

Santa Clara, con un corazón sin miedo, enferma como estaba, se situó frente al enemigo, precedida por una custodia de plata y marfil en la que mantenía con gran devoción el cuerpo del Santo de los Santos.

Y postrándose delante del Señor habló entre lágrimas a Cristo:

“He aquí, mi Señor, ¿es posible que quieras entregar en las manos de los paganos a tus Sus siervas indefensas, a las que he enseñado el amor a ti?
Te ruego, Señor, protege a estas Sus siervas que no puedo ahora hacerlo por mí misma”.

Ella tomó la custodia y la mantuvo alta en el aire ante el avance de los sarracenos, quienes se congelaron en el patio del convento. Miraban a Clara con la Custodia en la mano…

Los sarracenos, estaban petrificados de miedo por la fuerza de ella en la oración, y como si pudieran reconocer al Dios que estaba allí en la custodia. Y así, salieron huyendo del convento de San Damiano, dejando a Clara y sus hermanas en paz.