Cuentan, que hace muchos años estando una hermana en la huerta trabajando, se encontró lo que parecía un polluelo. Extrañada al no entender que hacía allí solo aquel pobre animal, soltó las herramientas y cogiendo suavemente al pollito lo llevó hasta el corral junto a las gallinas. -Aquí estarás mucho mejor. –Le decía mientras le posaba en el suelo. Ellas, alborotadas se reunieron alrededor mirando al nuevo inquilino siendo rápidamente aceptado en el grupo.
Las semanas pasaron comenzando a crecer y crecer, era uno más en el cortil a pesar de las diferencias físicas, todas las hermanas sospechaban que aquello no se trataba de una gallina común. Un día, llegó el veterinario del pueblo para ver a un mulo que ayudaba con el arado, y que no se encontraba muy bien. Aprovechando la coyuntura, una de las monjas fue hasta el corral a por el sospechoso pollito, con sus manos llenas y poniéndolo frente del sanitario le preguntó, -¿Qué Damián?, ¿Es o no es una gallina?. El veterinario se quedó boquiabierto y levantándose del suelo donde se encontraba dijo, -¡¿Pero qué hacen con un aguilucho en el corral?!.
De eso se trataba, tenían lo que sería un águila viviendo tranquilamente con el resto de gallinas como una más, se alimentaba de lo mismo, aprendía sus costumbres y miedos. -Pero este animal no puede vivir así hermanas, debe estar volando por el cielo y alimentándose de presas. -Dijo Damián. -Pero si no vuela siquiera, está completamente hecho a sus gallinas. -Respondió una de las monjas. -Por eso mismo no vuela, ha aprendido todo de estas madres suplentes. -Exclamó el veterinario.
Damián aconsejó que tenían que hacer volar al ave rapaz, invitándole a que abriera sus alas y emprendiera su vuelo. Una mañana lo intentó una de las hermanas cogiendo en sus manos al pájaro. -¡Vamos vuela amigo!. -Le dijo sin éxito, ya que el aguilucho bajó al suelo y se puso a comer con las gallinas.
Otra tarde la misma hermana se llevó una escalera de madera y subió hasta arriba con él diciendo de nuevo, -¡Vamos ahora, vuela!. Pero no obtuvo respuesta, el pájaro abrió un poco sus alas pero solo para amortiguar la caída y seguir comiendo con las gallinas. Unos días más adelante, y con la esperanza de hacer volar a Pichu, que así le habían puesto ya de nombre, la misma monja se llevó al aguilucho hasta arriba en el campanario, entre sus manos y con una caída cosiderable, la hermana puso toda su fe en que aquello saldría bien. -¡Vamos vuela Pichu! ¡Debes hacerlo!. -Dijo mientras daba un impulso al animal hacia el cielo.
Viéndose en el aire, el ya no tan polluelo abrió sus alas dejando ver unos colores antes nunca vistos, emitió un chillido y emprendió su primer vuelo como águila.
Comentando lo sucedido en el tiempo de recreación, la madre Abadesa por aquél entonces les dijo a sus hijas: Creo que todas hemos aprendido algo con todo esto ¿Verdad?. No debemos vivir con la mirada baja viendo las circunstancias, como le ha ocurrido a Pichu, tomando las actitudes, miedos y pensamientos de las gallinas, sino mirando al cielo con la fe puesta en Él.